Hard Rock Zombies
Estados Unidos
98 minutos
Volvemos a pisar los gloriosos años 80, y vamos a relatar lo horripilante que es una de las más ignotas películas de rock ‘n’ terror ‘n’ mierding. “Hard Rock Zombies” es uno de esos filmes que, a base de chistes de caca, culo, pedo, pis, trata de provocarte un ataque de risa pero sólo consigue provocarte un ataque epiléptico, con su falta de ritmo, su perverso montaje, muchas gracietas que dan vergüenza ajena y unos interminables videoclips, insertados a cascoporro en la trama.
Pasemos a presentar a los protagonistas de la historia:
Jessie. El galán y héroe del filme. Un tío rarete, con cara de sobrao, que es a la vez un poco mariconcete (véanse el bigote a la Freddy Mercury y los bailoteos que se marca) y pedofilillo (le van las catorceañeras con cejas a lo Groucho Marx). Nos masacrará los tímpanos como vocalista de un grupo jevi. En resumen, el hijo político con el que sueñan todas las madres. Lo matan con una segadora a motorl y luego vuelve a morir gaseado. Como la peli es un coñazo con patas, luego seguirá resucitando ad infinitum y más allá.
El grupo de rock and roll. Sus miembros son Jessie, Bobby, Chuck y Gino. La verdad es que les tratan muy mal, pero por su forma de cantar se lo tienen merecido de sobra. Y es que, más que Hard Rock zombies, lo que tenemos aquí son auténticos zombies moñas, cuyas canciones AOR serían más apropiadas para la misa de los domingos que para una misa negra.
Les encarcelan, les electrocutan, les mandan a tocar a un pueblo de mierda, les matan a todos en diversas formas de lo más idiota, les entierran sin casi molestarse en cavar 3 centímetros en la tierra, y finalmente les gasean para, efectivamente, volverlos a matar. Un filme igual de variado que la filmografía de Steven Seagal.
A su favor hay que decir que tocan de una manera que resucita a los muertos, o al menos a un mosquito y a una araña peluda. Sí, es escucharles un rato y hasta los fiambres tienen ganas de levantarse y darles una paliza. La parte musical más destacada es la rítmica, que suena a tambor de chino al que un burro se hubiera meado encima. Gracias a ellos el mundo quedará libre de enanos zombis nazis.
“No deseo pertenecer a ningún club que acepte como socia a alguien como yo”
Cassie. Una catorceañera sumamente pilosa y que lleva por peinado lo que parece una rata de agua después de centrifugar. No es que haga mucho en la historia salvo poner morritos y decir frases de tres palabras máximo a la hora. Nos enteraremos de que es virgen, aunque tampoco es de extrañar, si sus cejas parecen la selva amazónica no quiero ni imaginarme cómo serán sus partes íntimas, inexpugnables sería decir poco. Cosa rara es que acabe la película viva, pero podrá cantar aquello de mi novio es un zombi.
Ron. Como es sabido, el representante es siempre el más cenutrio, pero por alguna extraña razón sobrevive (snif). Nos regalará un precioso monólogo sobre las cosas superfluas de la vida y lo que realmente importa en nuestra existencia.
Los lugareños de Gran Guiñol, que así se llama el pueblo de la cinta. Una enorme colección de paletos mastuerzos que tienen una cierta tendencia a desatascar el cacas de las cabras. Se tienen muy ganado el convertirse en zombis y que luego les gaseen. El mundo se convierte en un lugar mejor.
Pero en el pueblucho también vive un amable vendedor de biblias jubileta que no es quien dice ser sino… (imprescindible ver el vídeo antes de continuar)
Al final no se escondía en Denia ni en Mallorca, sino en Gran Guiñol…
¡Astolfo Hitler! el líder del Tercer y Cuarto Reich. Cuando llega la gran hora, el abuelete se desenmascara y, en un abracadabrante giro de los acontecimientos, pasa a ser líder del Nuevo Reich, al espectador le estalla el lóbulo occipital y la película se convierte en una de la Segunda Guerra Mundial. Más o menos (si obviamos a los enanos nazis, los zombies y la música hortera).
A Astolfo le gusta que sus nietos le cuenten sus pelitos del culo mientras se tumba a su Eva Braun – mujer loba. Primero muere a manos de una banda de rock y luego es gaseado. Justicia poética lo llaman.
La rubia encargada de conseguir viandas para la despensa nazi. Con sus curvas seduce a los viajeros para que vayan a casita de Adolfo, donde cualquier cenutrio que acuda será espichado contra su voluntad. Yo la perdonaría porque nos proporciona las obligatorias escenas de nalgas y domingas al aire, pero los guionistas decidieron ser originales con ella. ¿A que no lo adivináis? Pues le dan matarile, se convierte en zombi y luego es gaseada.
Familia diversa de Astolfo Hitler. Empezamos con su mujer Eva, la abuelita mujer loba. Unos hijos con cara de gilipollas que se pasean con cámaras de fotos y hachas y unos nietos enanos que no son más feos porque no se entrenan y entre los que se halla el actor Phil Fondacaro, enano imprescindible en toda película de enanos que se precie. Todos ellos se apuntan a la doble muerte, salvo el nieto más gomoso que prefiere comerse a sí mismo.
Luego tenemos una colección de curiosos secundarios, el representante de la casa de discos que está media película peleándose con su señora y su hija por teléfono, la cabeza de cierto novio decapitado que aparece aquí y allá dando botes y la vaca que es asaltada sexualmente por un enano nazi zombi, nieto de Astolfo Hitler.
Continuaremos con la historia en sí:
Un par de cenutrios viajan en su descapotable y recogen a una rubia que hace autoestop. La cosa sube de tono y se paran en un laguito para darse unos baños en pelotas.
En la otra orilla del lago hay una especie de profesor de historia con un gran colocón y en levita que saca fotos, mientas dos enanos (también en levita) juegan al corre que te pillo pasando por la entrepierna del fotógrafo. Cuando la rubia termina de dar matarile a los dos mamelucos en bolas, los tres corren a unirse a la fiesta necrófaga.
La familia que descuartiza unida, permanece unida.
Transición. En un bar infecto, una banda de perra gorda toca cierta música ochentera de gran espanto. Como esta película está diseñada para torturar a los que la visionen, nos ponen la canción enterita. Tras ello pasa la banda a un camerino donde, ¡buaghhhh! les veremos en calzoncillos ochenteros y luego son obligados por su manager a firmar autógrafos en las tetas y en las nalgas de ciertas groupies.
Escena de verdadero terror, Jessie acomodándose el paquete.
Por Dios, cómo debe fumar esta. Todito lleno de nicotina.
Jessie, el líder del grupo, se harta rápido de culos y tetas, y sale a tomar el fresco. Allí se encuentra con una catorceañera peludilla que es más de su gusto. La invita al camerino para poder firmarle autógrafos en el culete. Pero la niña no se deja convencer y le previene para que no vaya a la aldea de mala muerte donde tienen programada su próxima actuación. Sin embargo, el “Puebluchos de mierda tour 84-85″ debe continuar (que luego hay que vender las camisetas de edición limitada).
Pasamos al viaje en fragoneta camino del siguiente pueblo de mierda. Jessie está practicando cierta tonadilla medieval al bajo, esta música tiene el efecto de resucitar a un mosquito que pica y pica al manager. Al ratito recogen a la rubia asesina que hace autoestop, la chica les invita a alojarse en su casita (donde viven Hitler disfrazado, mujeres lobo y cutre enanos) y como son tontos de capirote, van y aceptan.
En realidad hay dos buenas razones para aceptar la invitación.
Sin embargo, los habitantes de Catetolandia no están muy contentos con eso de que un grupo de rock actúe en la verbena del pueblo (con los habituales David Civera, Raúl y Hermanos Calatrava tienen más que suficiente). Y es que el rock podría hacer que la sexualidad de los adolescentes se disparase y los adultos del pueblo quieren los ojetes de las cabras para ellos solos.
Entonces llega la banda y se da un paseo por el municipio dando toda una lección de modernidad y desenfreno… Y comienza el despropósito. Abran bien los ojos, los oídos y el culete (aquí no hay vaselina), que cosas así sólo se ven una vez en la vida (afortunadamente):
Jessie y los suyos hacen palidecer a Ozzy Osbourne con acciones tan ofensivas y tan propias de los rockeros como montar en monopatín (?¿), imitar a los mimos callejeros (?¿), realizar el baile de Fiebre del Sábado Noche (?¿??¿¿?¿?) o danzar en plena calle. La anarquía se desata por las calles de Gran Guiñol y Ronnie James Dio les mira orgulloso desde el cielo.
Pasitos de baile a lo Maikeljaison.
Aunque parezca otra cosa, está vaciando una lata de cerveza.
Pero las fuerzas vivas locales están ojo avizor y nos lo demuestran con los 837 planos intercalados y seguidos de…
El cherife masticando un palillo.
Y estos dos cenutrios de mirada aviesa.
Así, cuatro deficientes haciendo el ídem en plena calle y un bucle infinito de tres caretos, conforman las imágenes del peor y más horripilento videoclip de la Vía Láctea y otras galaxias aledañas.
Tras esto, la banda y su manager acaban con sus huesitos en la cárcel, acusados de incitar al suicidio colectivo y por el exterminio masivo de neuronas, suponemos. Allí aparece Cassie, la niña con el pelo que parece un mapache con rulos y les da lo que ahorra de sus pagas, pero no llega. También aparece la rubia que tiene ganas de mandarles al valle de Josafat, y ésta sí paga la fianza enterita y son liberados.
Otras dos escenas de terror puro siguen:
Abuelito y abuelita Hitler folgando para sus nietos.
Rockero cuarentón ligando con adolescentilla.
Y damos paso a la ejecución sumaria de todo el grupo rockero por la familia Hitler-Monster, en una sucesión de agradecidos homenajes fílmicos, que el espectador cinéfilo saboreará con regustillo (regustillo a heces en la boca):
Psicosis en versión melonera, por ejemplo.
O este otro homenaje a Lon Chaney, pero en versión abuelita sirlera.
Mientras en el pueblo, en una reunión absolutamente descerebrada se prohíbe hasta silbar rock. Esta última escena pretende hacernos reír a carcajadas a base de sumar discursos payasiles, lo que consigue es que nos demos cuenta de lo absolutamente gilipollas que es el director – guionista Sr. Shah.
Y sorpresa, es entonces cuando el abuelito de la familia Munster se desenmascara, es Hitler y da un discurso vía satélite para anunciar el Cuarto Reich.
Und meine sekretariat das propagandempf serra Uwe Boll.
Pero las cosas no van a quedar así. Jessie había dado una casete a Cassie con la canción resucita mosquitos, ella acude a su tumba, pone en marcha la música y devuelve la vida a toda la banda, para infortunio del espectador. La venganza será terrible, tanto en su forma como en su contenido:
Realizando una interpretación absolutamente patética (con esos ortopédicos andares, más que zombies, parecen C3Po en un domingo de resaca), no sólo la banda liquida a toda la familia Hitler convirtiéndolos en zombis, sino que los propios nazi zombis se comen a medio pueblo, lo cual resulta en más zombis todavía y la cosa se desmadra. No contentos con eso, la zombi banda, con las pintas de ser los nuevo Kiss de Kazajistán, en un acto de sadismo sin límites:
Nos endilgan un zombi concierto enterito.
La zombi banda luego regresa a echar la siesta a sus tumbas, mientras el resto de zombis siguen merendándose a todo el que pillan. Los habitantes, desesperados, deciden atar a una chica virgen para que los zombis la violen y se vayan a dormir cien años.
Y claro, eligen a Cassie, y me dejan a la niña atada a un árbol en un descampado. Ron el manager acude al cementerio y pide a la zombi banda que intervengan para salvarla.
La muerta banda se hacen los remolones, pero luego por fin, salen de las tumbas de nuevo, y a falta de otra cosa más interesante que hacer, dan otro terrorífico zombi concierto.
Todo de nuevo, ¡yuju!
Como es de esperar, los zombies se niegan a soportar otro despliegue de chatarrería musical y acuden raudos a descuartizar a Jessie y los suyos. De este modo, nuestros héroes atraen a todos los muertos andantes a las cámaras de gas de Hitler. Allí, los zombis se disuelven por los gases venenosos y las fuerzas del mal quedan derrotadas. A los zombi metaleros sin embargo no les afecta tanto, solo cierran los ojitos y se echan a dormir. El no ducharte durante décadas debe facilitar cierta inmunidad a todo tipo de gases pestíferos.
Esos son los riesgos de la fabada.
Cassie acude de nuevo al cementerio a llorar a su noviete, y este saca de nuevo la mano de su tumba. Gracias a Dios la película acaba antes de que la banda se ponga a tocar de nuevo.
Y ya quedan los grandes momentos para la eternidad, que en esta película los hay a miles pero los más destacados son:
La vaca atacada por el enano zombi nazi.
El otro enano nazi zombi que se come a sí mismo con mostaza.
La rubia que baila en medio de la calle sin razón aparente.
El galán, que de blanco inmaculado, se ve más castigador.
El mismo tras salir de la tumba, el cutis fatal, pero el peinado fetén.
Y podría continuar hasta el día del juicio final, porque desde la primera escena a la última, “Hard Rock Zombies” es puro payaseo cutre-sinsorgo, pero quiero conservar la media neurona que aún me sigue funcionando y lo dejaré por hoy. El resumen es, un zurullo de comedia ochentera y me cago en las muelas careadas del tal Krishna Shah. Si no lo digo reviento.